domingo, 10 de abril de 2011

Teoría política: El Estado, el poder y la sociedad civil.


Actualmente casi toda la superficie terrestre, a excepción de la Antártida, se encuentra sometida o regulada bajo una forma de organización política moderna, que surgirá en el siglo XVI y que recibirá el nombre de Estado. El proceso histórico, así como las causas por las que surgieron son estudiadas frecuentemente tanto por historiadores, sociólogos y teóricos políticos entre otros.

El Estado parece causar una fascinación especial al ser visto como un ente político-organizativo que sobrevive en el tiempo, adaptándose a nuevas situaciones, así como parece ser la forma de organización socio-política más estable y eficaz, ya que el número de Estados que han ido contabilizándose desde su aparición, ha crecido progresivamente sin reducirse en ningún momento. Sobre todo tras los procesos de descolonización producidos en el siglo XX.

Sin embargo, el Estado es una realidad organizativa altamente compleja donde se cruzan multitud de elementos que hacen que esta estructura estatal se mantenga y que la sociedad que regula posea un determinado orden, no quedando muchas veces claro, cuáles son estos elementos. Soberanía, poder, gobernabilidad, legitimidad, sociedad civil, nación, administración pública, etc. son términos que frecuentemente aparecen ligados al concepto de Estado y que configuran aspectos organizativos y relacionales del Estado con otros sujetos (físicos o jurídicos), haciendo al Estado quizá uno de los sujetos claves para entender la política tanto a nivel interno como internacional.

El surgimiento del Estado y su relación con el poder.
La teoría política nos dice que todo Estado debe poseer unos componentes esenciales para su existencia, siendo estos soberanía, población y territorio. Charles Tilly definirá los Estados como “organizaciones de poder coercitivo, que son diferentes a los grupos de familia o parentesco y que en ciertas ocasiones ejercen una clara prioridad sobre cualquier otra organización dentro de un territorio de dimensiones considerables”[1]. Según este mismo autor, la mayoría de los Estados que han surgido a lo largo de la historia se pueden considerar como Estados no nacionales ya que la mayoría han sido o ciudades-Estado o Imperios y solo ha sido en los últimos siglos, cuando los Estado-nación han sido la verdadera referencia socio-política que configure la realidad nacional e internacional. 

Un Estado se consolida siempre y cuando exista una estabilidad política y un equilibrio social que permita que se desarrollen las instituciones que conecten a los ciudadanos con el poder, siendo necesario para la aparición de un Estado-nación, como argumenta T. Parsons[2], que existan además un sistema de valores compartidos por la mayor parte de sus miembros, ya que crean una cohesión social, así como una identificación que constituyen las bases para la creación de un consenso social, que permita el desarrollo de una convivencia relativamente pacífica. A este sistema de valores que permita una cohesión podemos añadir el elemento identitario que caracterizará a muchas naciones, unas que poseen Estado propio y otras que lo reclaman o que viven integradas en otros Estados plurinacionales. Este sentimiento de pertenencia puede venir unido a otros factores como pueda ser una cultura propia, una lengua o una raza. Estos valores serán interiorizados y adquiridos por los individuos a través del proceso denominado socialización política, sobre todo en la edad infantil, así como en diversas instituciones sociales como la familia, la escuela, grupos sociales o medios de comunicación, pudiendo por tanto, surgir una identidad que reclame un Estado-nación.

Tilly en su definición ya nos indica uno de los factores que quizá haya sido decisivo en la aparición del Estado, el poder y más concretamente en su variable coercitiva. El poder ha sido definido por Robert Dahl como un fenómeno cuantitativo que capacita, así como influye en el comportamiento de los demás. Mientras que Foucault daría una definición más directa diciendo que “el poder es esencialmente lo que reprime”[3]. Por lo tanto, utilizando estas dos definiciones queda claro que el poder va a ejercer un determinado efecto sobre el comportamiento de los individuos y que principalmente, será coercitivo.
Toda sociedad posee una distribución del poder que hará a esta característica y siendo acorde a unos criterios socialmente aceptados que doten de poder a los individuos. Un ejemplo claro es como en muchas sociedades, el sexo es determinante para la provisión de poder a parte de los miembros de esa sociedad, así como la edad, ya que ser mujer o menor de edad significa no poseer los requisitos sociales establecidos para ser proveído de este en determinadas sociedades. Así las sociedades se configurarán en función de las relaciones de poder establecidas en un momento determinado, siendo los dirigentes de estas aquellos que más poder acumulen, siendo por tanto un elemento cuantitativo que puede transferirse o alienarse, total o parcialmente y que todo individuo puede detentar y que cede para contribuir a la constitución de un poder político, apareciendo así la soberanía.

Esta acumulación de poder podría haberse dado a través de diferentes formas, quedando configurado en una determinada persona o figura mediante diversos mecanismos como la legitimidad, ya fuese esta tradicional, carismática o racional-legal, además de una última que en nuestros días cobra cada vez mayor fuerza, la eficacia.
Este elemento cuantitativo del poder puede relacionarse con otro elemento que tiene una importancia vital, la economía o el capital. En el proceso histórico de la construcción del Estado, aquellos que han detentado los principales medios de coerción, siendo este generalmente los ejércitos o fuerzas armadas, han precisado de bienes para mantener esta posición ventajosa con respecto a otros individuos que también buscasen detentar ese poder (otros nobles, reinos, etc.) Por ello era necesario crear estructuras organizativas centralizadas, creando unas relaciones económicas y organizativas para extraer recursos, que permitiesen el mantenimiento de esta fuerza coercitiva dando lugar a una estructura socio-política compleja, que buscaba de algún modo ser legítima para detentar ese poder y obtener la obediencia de otros individuos sobre un territorio determinado. Aparece así el derecho, un pensamiento jurídico que trata de reglar las relaciones de poder intrínsecas en la sociedad y que reprime o coarta a los individuos de llevar acciones contra ese poder que lo origina, pertrechándose este de una herramienta que junto con los terratenientes y fuerzas armadas, aseguraría una obediencia coercitiva y coactiva.
Así capital y poder definen la explotación y la coerción como dominio, cristalizando en aristocracias que suministrarían sus principales soberanos a Europa[4].

La sociedad civil, impulsora del Estado.
El Estado surgiría como un proceso de la concentración de poder y capital en unas pocas manos, siendo generalmente estas la monarquía, que tendría su máximo exponente en las monarquías absolutistas de Europa Occidental (legitimidad tradicional), y con la aparición del capitalismo en el siglo XIV, la clase burguesa, que evolucionará paulatinamente de artesanos y prestamistas a propietarios de medios de producción fabriles ya en el siglo XIX.

El poder es un elemento cuantitativo que no permanece estático, que configura relaciones sociales y que continuamente funciona a través de una red reticular, trasvasándose de unos individuos e instituciones a otras[5]. Este precisaría de una base ideológica que lo sustentase siendo difundida a través de diferentes medios como pudiese ser la religión (monarquías absolutas) o la educación. Este último factor, unido al poder económico de clase (en relación a la clase burguesa), serían los factores determinantes que producirían el trasvase de poder desde la monarquía a la ciudadanía. 

Con la concentración progresiva de poder en la clase burguesa, sobre todo fundamentado en factores económicos, se va produciendo una aparición paulatina de la demanda de centros de ocio y cultura similares a los que disfrutaban la aristocracia, como óperas, teatros, literatura, etc., que servirán como espacios públicos donde la socialización política y la creación de una cultura política se produzca cada vez a mayor ritmo. La clase burguesa constituye un sujeto privado pero que comenzará a disponer de capacidad para configurar la esfera pública que surge con la creación del Estado, a través de su acceso al poder político y de toma de decisiones, claramente ligado a su poder económico. A su vez, la alfabetización irá recalando entre los trabajadores  que tendrán sus propios medios de socialización política, siendo principalmente la familia, la Iglesia y las tabernas[6]. Es en este punto, donde la alfabetización y las nuevas corrientes políticas poseen una difusión relativamente amplia, cuando la sociedad civil pretenderá una mejora de sus condiciones, estando generalmente organizada y seccionada en intereses ideológicos o económicos.  Esta sociedad civil se caracterizará por ser asociaciones humanas con una organización más o menos establecida, que crea una red de relaciones para la defensa de ideologías o determinados objetivos.

La sociedad civil se organizaría primeramente en organizaciones con una fuerte tendencia centralista, identificándose generalmente con una clase social, con unos objetivos básicamente económicos o de mejoras laborales, siendo los menos los políticos, para posteriormente evolucionar en las sociedades modernas hasta movimientos que se interesan más por aspectos culturales, identitarios o derechos civiles, donde la identificación con una clase social irá desapareciendo según aumente el Estado de Bienestar, con una organización más descentralizada.

La acción organizada de la sociedad civil sería una válvula de escape del conflicto inherente a la sociedad y que propone modificaciones en las relaciones de poder a través de un amplio abanico de acciones, que pueden ir desde acciones pacíficas y convencionales como son manifestaciones o huelgas (primeramente reprimidas y no toleradas para ser aceptadas con el paso del tiempo) hasta acciones transgresoras o violentas que hayan desencadenado verdaderos conflictos armados en el seno de la sociedad. 

Esta sociedad civil, sobre todo en los Estados más avanzados, conseguiría que se produjese una redistribución del poder político, aunque no tanto económico, que seguiría siendo uno de los principales creadores de desigualdad en el seno de la sociedad. Así paulatinamente la sociedad civil iría accediendo a determinados derechos, que supondrían el acceso al poder político o a su reparto de la mayoría de la población del Estado, sobre todo ya en el siglo XX. Esto supondría una modificación de la legitimidad del poder, pasando de ser un poder de cuadros, a un poder que reside en la mayoría de la población y que lo cede en aras de una organización que permita el desarrollo de una vida relativamente estable.

Max Weber definiría el Estado como una organización cuyo éxito radica en la pretensión y posesión del monopolio de la violencia física legítima, estando esta violencia claramente relacionada con el poder coercitivo del Estado. Jugando este un importante papel en la repercusión que las demandas sociales pueden tener en el sistema político, ya que mediante la coacción o represión se pueden limitar y contener las demandas, evitando así que las relaciones de poder varíen, siendo un elemento esencial para ello las fuerzas armadas y la policía. Por lo tanto la coacción no solo sirve para mantener una cierta estabilidad que permita el ejercicio del poder, sino que puede impedir que ese poder se trasvase a otros individuos o colectivos, aunque no siempre se consiga. El Estado por tanto, no es como el resto de asociaciones humanas, ya que por un lado brinda un marco de actuación a la sociedad civil para que exprese sus demandas, en mayor o menor medida dependiendo de la represión que se utilice para contener estas, y por otro lado acoge a esa sociedad civil[7]. Fija por tanto las condiciones y las reglas básicas del juego político y de toda actividad humana, ya sea asociacional, expresiva o intelectual, pudiendo obligar a los miembros que lo componen a llevar a cabo determinados comportamientos, siendo estos destinados en beneficio del bien común o del interés estatal.

La sociedad civil a través de su organización en partidos políticos o diferentes movimientos sociales ha constituido uno de los principales motores de la actividad política, modificación de la concentración del poder político y económico, así como la evolución de los derechos civiles, políticos y sociales dando lugar a sociedades en los que el Estado es una herramienta de organización socio-política con una esfera pública que disfrutan o utilizan muchos de los ciudadanos que lo componen, pero que todavía posee reductos y concentraciones de poder que impiden que la soberanía y el control de esta maquinaria sea efectivo por parte de las personas que lo componen.

El Estado hoy.
Tilly señala[8] que se han impuesto dos importantes corrientes en la dinámica estatal: una que pretende la creación de Estados-nación para poblaciones diferenciadas cultural, lingüística o étnicamente; y por otro lado, la aparición de rivales del Estado como “contenedores de poder” y modificadores del concepto de soberanía como pueden ser Organizaciones Internacionales de diversos tipos (Organización de Naciones Unidas (ONU), Organización Tratado Atlántico Norte (OTAN)) , un nuevo género desconocido hasta mediados del siglo XX, como las organizaciones supranacionales, siendo la Unión Europea su máximo exponente u Organizaciones Transnacionales basadas en el capital, como las Empresas Multinacionales.

Estas corrientes son mutuamente excluyentes en una realidad donde las identidades poseen cada vez unas fronteras cada día más distorsionadas, pero que por ello refuerzan los procesos nacionalistas como defensores de unas características identitarias propias y tradicionales, así como reconfiguradores de la concentración de poder que posee el Estado, ya que algunas de ellas pueden sustraer parte de ese poder que había guardado celosamente durante varios siglos cediendo soberanía o sometiéndose a estas organizaciones internacionales o supranacionales, mientras que otro tipo, las organizaciones transnacionales en su vertiente económica, pueden disputar muchas veces el papel de principal contenedor de poder al Estado, debido a la importancia que la economía y el capital juegan actualmente en la política.

El Estado ha sido un elemento de estudio que ha picado la curiosidad de multitud de estudiosos desde su configuración. Sus transformaciones y adaptaciones han sido diversas y muchas veces inesperadas, sin embargo con la globalización, puede que estemos entrando en una época donde el Estado-nación tal y como lo conocíamos pase a ser un Estado-postnacional, que no posea la capacidad soberana en su totalidad.
El Estado sigue su evolución y no sabemos a ciencia cierta hacia dónde va, pero una cosa es clara, seguirá siendo objeto de estudio durante muchos años más.


[1] Tilly, Ch. “Coerción, Capital y los Estados europeos (990-1990)”. Alianza Editorial. Madrid. 1992.
[2] Benedicto, J y Morán, M. L.; “Sociedad y Política. Temas de sociología política”. Alianza. Madrid. 2004
[3] Foucault, M. “Microfísica del poder”. Ediciones La Piqueta
[4] Tilly, Ch. “Coerción, Capital y los Estados europeos (990-1990)”. Alianza Editorial. Madrid. 1992.
[5] Foucault, M. “Microfísica del poder”. Ediciones La Piqueta
[6] Habermas, J. “Historia y crítica de la opinión pública” Barcelona, 1994.
[7] Walzer, M. “Democracia y sociedad civil. La idea de sociedad civil. Una vía de reconstrucción social”. Dissent. 1991.
[8] Tilly, Ch. “Coerción, Capital y los Estados europeos (990-1990)”. Alianza Editorial. Madrid. 1992.

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